Desde casa

 


Lo que está hoy es esto. Lo cotidiano y las plantas, las velas encendidas, mi hogar como un santuario. La aurora y yo. Todo sucede acá.

Nuestro hogar es mi refugio, mi selva y templo. Es el espacio en donde me construyo la paz. Es el único lugar en donde siento que nadie puede lastimarme si no abro antes la puerta. Lo sé, hay algo más ahí. Si es la manera, la forma más sana o el mejor modo de sacarle provecho a la experiencia de vivir, eso ahora no lo sé.

Lo que sí sé es que en este espacio puedo brindarme la calma y la armonía con la que me gusta existir, puedo enaltecer las simplezas y hacer de lo cotidiano un sinfín de rituales que no necesitan ser más que eso. Eso es todo.

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El tiempo no cura, no borra ni elimina. Es uno y sólo uno quien con ayuda y sin ella, con su inagotable fortaleza y paciencia se encarga de ir colocando cada cosa en su lugar, casi como el ritual de limpiar una casa, yendo habitación por habitación. Decido que, esto va a ir acá, junto a la mesa para poder verlo todos los días; esto otro colgado, para sonreír cuando crucemos miradas; esto lo voy a guardar con cuidado acá, para saber dónde buscar cuando quiera recordarlo; esto entre las páginas de un libro y debajo de otro, para el día en que pueda volver a mirar su foto.

Alguien alguna vez me dijo, no como un halago, que pensaba demasiado. En su momento y después abracé mi pensar demasiado, lo transformé en dibujos para que no hicieran tanto ruido y en letras cuando no he podido dibujar. Ha habido mucho barullo en esta década y lo irónico tal vez, es que he vuelto, por segunda vez, a donde todo comenzó.

Sólo que ahora tengo una caja de herramientas, metafórica y literalmente hablando; que, dicho sea de paso, de no haber pintado seria carpintera.

Me fui de casa con veintitantos, lo hice porque creí que de quedarme estaba obligada a llevar una vida que no quería hacer. Tal vez, sólo tal vez, también estaba escapando de lo que no era capaz de entender, ni siquiera lo suficiente como para ponerle el sonido de las palabras.

Un avión y tres mil kilómetros después pienso en la sensación al bajar, fue la primera y única vez que en verdad sé que sentí libertad, e intento recordar el primer aire tibio también, ese denso y húmedo, el que avisa que va a llover o el que viene luego trayendo doble arcoíris.

Este volver a donde todo comenzó me asusta un poco, en parte porque se siente como todo lo previo a cuando decidí irme la primera vez. Aunque también sé todo lo que sucedió después, que tiene tanto de maravilloso. Lo cierto es que, he perdido mucho de lo que me sostenía estos últimos años y aunque la espero, esta vez no surge esa repentina voluntad de largarme. No, esta vez no quiero irme a otro lado. He puesto semillas acá, y he sembrado un corazón acá también.

Así es que, me quedé, me quedo. Sigo mirando despacito los instantes que hacen mis días. Sigo buscando y encontrando poesía en algunas horas y doy las gracias en voz alta por los momentos de tranquilidad y calma.

Lentamente y en silencio comienzo a dibujar mi refugio y la intimidad de lo cotidiano no compartido, con cuidado y en detalle continúo retratándolo, casi como un modo de fotografiarme, a la antigua, la existencia.




Gracias por pasar, al sombrero creativo y a mí nos alegra tu visita.

Abrazo inmenso y te espero en la siguiente historia.






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