El primer paso
Había un rosal en esa ventana cuando llegué. Una tarde, la habitación estaba más oscura de lo habitual. Así que abrí las cortinas, ambas hojas y me encontré la ventana cubierta en racimos de flores blancas que cada tanto, como hoy, entran con la brisa y se desparraman por el suelo. Esta es su época, luego llegó el jazmín y el sol de las cinco. También llegó Aurora y los muchos visitantes. Apareció un árbol y el perfume. Una cosa no ha cambiado y, nuevamente, son las ventanas siempre abiertas.
Me siento más a gusto en mi escritorio con la luz de una lámpara, unas velas y un café enorme que cerca del bullicio. Es cierto, por momentos esta manera de ser puede volverse abrumadora. La cuestión es que, no sé ser de otro modo, lo he intentado y si bien puede funcionar por un tiempo, luego me agota, siento que estoy pretendiendo ser alguien que creo me gustaría ser y que, en realidad, no soy. Al menos, hoy no. Algo sucedió en este recorrido y me metí cada vez más adentro. Sí, fue lo primero que pensé, como un caracol que se esconde en su casita para protegerse.
He tenido que redescubrir esas pequeñas cosas que disfrutaba hacer, lo que me hace sonreír, lo que me genera ese gustito de satisfacción, lo que sí está bien. Esos detalles del día a día que en realidad siempre han estado ahí, sólo que a veces hay que darles más relevancia, traerlos de nuevo al presente, repasarlos y repetir. He tenido que recordarme la verdad de que, soy un ser introvertido y sí, también solitario, y que eso también está bien. Al menos, por ahora.
Una vez entendido esto, primero pude estar en paz; segundo comencé a buscar lo que sentía necesitar, en formas que me fuera posible sostenerlas.
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Comencé buscando fragmentos, registros que guardo de mi visión del mundo, del modo particular de hacer las cosas, de lo que he ido descubriendo, de lo que me gustaría que existiera, de lo que soñaba hacer. Fui a los recuerdos, a los subrayados en los libros, a las cosas que me inspiran, a las melodías. Fui a lo tangible e intangible. Mucho de lo que encontré había cumplido un ciclo como ese rosal, ya no me ilusionaba como alguna vez lo hicieron y no había mariposas en el estómago por pensar en la posibilidad.
¿Habré soñado demasiado?
Con todo eso, me he sentado unos minutos cada mañana a escribir lo que llamo un diario de vida abierto, con algunas reservas necesarias, claro. Pienso que, quiero dejarme una especie de bitácora de esta etapa en todos sus matices. Con mejor claridad, luego ser capaz de distinguir qué habré de conservar y qué dejará de ser.
Quiero saber si querré volver a dibujar, si es así, qué imágenes podrían resurgir. Hace meses que no dibujo y no quiero hacerlo; aunque siento que van a volver, me son inevitables. Lo que sea que se haya modificado por dentro me intriga ver hacia dónde va a dirigirse, aún no lo sé, estoy justo acá, en este instante, escribiéndolo.
Por lo pronto, la mañana de domingo se convirtió en la tarde, afuera llueve, hay viento y sale el sol. Así que, buscaré la campera e iré a caminar.
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No sé hacia dónde llevará este diario de vida abierto, y realmente no pienso en ello. Lo hago porque lo necesito, me hace bien y se siente bien, ¿acaso, la vida no va de algo de eso?
Gracias por leerme, al sombrero creativo y a mí nos alegra tu visita.
Abrazo inmenso y te espero en la siguiente historia.
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