Los días y las cosas
Los días pasaron lento mientras me repetía, voy a hacer lo que pueda hoy, despacio, con calma, un día a la vez. De pronto mis rutinas cambiaron, los momentos del día que adoraba se tornaron insoportables. Las trasnoches de dibujo, música y café se volvieron un irme a dormir temprano para que el día termine de una vez. Tomé el camino opuesto para llegar a casa. El silencio del final de jornada se convirtió en ansiar la mañana para sentir el ruido y el movimiento de la calle. Las cortinas abiertas para que entre la luz del sol y ver ese hermoso árbol a través de la ventana se cerraron, y permanecieron así largo tiempo.
Seguí despacio, sin música ni poesía. Me observé en estos lugares nuevos que se habían abierto y desconocía. Las plantas estaban decaídas, así que busqué aprender cómo cuidarlas mejor. Pregunté, pregunté mucho y pedí sabiduría, no de esa que se lee sino de la que se descubre, la que aparece como un rayito de sol y se queda de otras voces. Atesoré algunas palabras y las guardé para repetírmelas cuando hiciera falta. Cuesta incorporar la idea de que, de un instante a otro, podemos ya no ser quien fuimos alguna vez. Es difícil dejarnos ir, y duele.
Las cosas llevan su tiempo, los procesos tienen su propio ritmo. Calma. Despacio. Lento. Poco a poco voy comprendiendo estas palabras, porque veo que las necesito. Entiendo que no significa frenarse, es simplemente eso, ir despacio sabiendo que los días van a pasar de todos modos, con la misma cantidad de horas y con los mismos sucesos en el medio. Apresurar mi cuerpo y mi mente no va a cambiar nada de eso. Sin embargo, ir despacio abre la posibilidad de que pueda volver a conocerme y no me deje en el camino.
Ángela me había dicho: “habrá días buenos y días malos”. Había algo en el color de esas palabras y los momentos que estábamos pasando, que esta vez pude entenderlas completamente. Sólo reconocer esa simple verdad y llevarla conmigo, así, de vez en cuando, al regresar a casa podría hacer una leve mueca y ser capaz de reconocer que: “hoy ha sido un buen día”
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Así observé que, pueden pasar cuatro meses hasta que esa semilla que coloqué en la tierra de su primer par de hojitas, y otros cuatro en dar su fruto. Aprendí que las plantas se van a dormir en otoño para florecer en primavera. Aprendí que un jardín es dinámico, que va rotando, que algunas plantas se quedan y otras se van, dejando el suelo preparado para dar lugar a unas nuevas e inesperadas. La naturaleza es sabía y no somos ajenos a ella.
Así también, observé y me permití contemplar lo que había cambiado. Las trasnoches de dibujos se convirtieron en escribir por la mañana. Esconderme en casa se convirtió en ponerme la campera y salir a caminar sin motivo alguno. Alejarme de las personas se convirtió en buscarlas para compartir una caminata. Responder: “todo bien”, se convirtió en: “estoy triste, pero sonrío, sé que es un día a la vez”
Una cosa no cambió, y en su lugar, a su tiempo, regresó.
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